
Ben Said, trabajaba como zapatero, era musulmán, devoto y practicante. Un día, antes del atardecer, entró a la mezquita con la intención de orar, como cada día. Después de hacer sus pregarias, se sentó sobre sus talones. Se preparaba a invocar a Allah, cuando vio a una lechuza que estaba parada sobre el muro y parecía ignorar al gentío. Ben Said la miró un largo rato despertándole curiosidad.
Al día siguiente, a la misma hora, regresó a la mezquita, y la lechuza estaba allí, parada sobre el muro.
El tercer día la vio todavía en el mismo lugar: no se había movido.
Cada tarde Ben Said encontraba a la lechuza inmóvil, en el mismo sitio. Decidió acercarse y se dio cuenta que el animal era ciego. -¡Es ciego! - se dijo Ben Zaid- ¿Pero cómo encontrará su alimento? Entonces llegó un halcón y con las alas desplegadas abrigó al débil animal, llevaba en el pico una pequeña serpiente, se puso a desgarrar la carne y se la daba de alimento. Al ver aquella escena Ben Said empezó a pensar y razonar y se dijo “No hay fuerza ni poder que no emane de Dios", "el halcón con su ayuda le impide perecer miserablemente. Y decir que yo, pobre Ben Said, tengo que esforzarme para vivir y tengo que trabajar para juntar unas pocas monedas", ¿cuantos zapatos y más zapatos debo remendar todos los días?.¿Está mal levantarse tan temprano y trabajar con afán todo el día?, Más no vale la pena vivir con ansiedad permanentemente cuando sería suficiente tener confianza en la bondad de Dios que mantiene a aquella lechuza. Tal vez yo, Ben Said... ¿no tengo el mismo a los ojos de Allah?
Un día pasó un amigo y lo miró y al reconocerlo le preguntó: ¿Ben Said, qué haces aquí? El zapatero contó toda la historia de la lechuza y del halcón. ¿No había sido acaso aquello una enseñanza? ¿Un signo de la voluntad de Dios?. Sin embargo el amigo dijo:
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