martes, 16 de junio de 2009

La enseñanza del sabio Vedantín, cuento Hindú


Era un sabio Vedantín, es decir, que creía en la unidad que se manifiesta como diversidad. Estaba hablando a sus discípulos sobre el Ser Supremo y el ser individual, explicándoles que son lo mismo. Declaró: 

-Del mismo modo que el Ser Supremo existe dentro de sí mismo, también existe dentro de cada uno de nosotros. 

Uno de los discípulos replicó:

 - Pero, maestro, ¿cómo nosotros podemos ser como el Ser Supremo, cuando Él es tan inmenso y poder? Infinitos universos moran dentro de Él. Nosotros somos partículas a su lado. 

El sabio le pidió al discípulo que se aproximase al Ganges y cogiese agua. Así lo hizo el discípulo.  Cogió un tazón de agua y se lo presentó al sabio; pero éste protestó: 

  - Te he pedido agua del Ganges.  Ésta no puede ser agua de ese río. 

  - Claro que lo es - replicó el discípulo consternado. 

  - Pero en el Ganges hay peces y tortugas, las vacas acuden a beber a sus orillas, y la gente se baña en él. Esta agua no puede ser del Ganges. 

  - Claro que lo es -insistió el discípulo-, pero en tan poca cantidad que no puede contener ni peces, ni tortugas, ni vacas, ni devotos. 

—Tienes razón -afirmó el sabio.- Ahora devuelve el agua al río. 

Así lo hizo el discípulo y regresó después junto al sabio que le explicó: 

- ¿Acaso no existen ahora todas esas cosas en el agua? El ser individual es como el agua en el tazón. Es una con el Ser Supremo, pero existe en forma limitada y por eso parece diferente. Al devolver el agua del tazón al río, volvió a contar con peces, tortugas, vacas y devotos. Si meditas adecuadamente, comprenderás que tú eres el Ser Supremo y que estás en todo, como Él.

martes, 9 de junio de 2009

El dios de la Pobreza y el dios de la Fortuna, cuento Japonés


Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo vivía un hombre muy trabajador. Este a pesar de trabajar tanto vivía en la miseria ya que el dios de la pobreza vivía en su casa.

Un día decidió dejar de trabajar, cansado de ver que su situación no mejoraba en nada.

Todo el pueblo, al ver que este hombre había perdido las esperanzas en una mejora de su situación, decidieron presentarle a una mujer para que le acompañara, y para el hombre luchara por subsistir. Tan bién fue la presentación que un buen día contrajeron matrimonio.

Ella era muy trabajadora.

El hombre que no quería que sólo ella trabajase, empezó nuevamente a trabajar con todos sus ánimos.

El dios de la pobreza al verlos esforzarse tanto pensó: "Cada día se me hace más difícil vivir aquí, ellos esforzándose tanto, y mientras yo habite  esta casa, ellos no podrán dejar de ser pobres."

Al final de dicho año, el dios de la pobreza se encontraba llorando en el desván de la casa, la pareja al oír el llanto, fueron a ver qué ocurría.

Ellos se sorprendieron y le preguntaron: "¿Quien eres?".

Él les contestó: "Soy el dios de la pobreza. Durante mucho tiempo he vivido aquí, pero vosotros trabajáis tanto que muy pronto tendré que abandonar esta casa, ya que vendrá el dios de la fortuna."

Ellos al escucharlo se sintieron muy tristes puesto que él era el dios que cuidó la casa durante mucho tiempo. Lo invitaron a bajar a la habitación.

El hombre le dijo: "Queremos que se quede aquí con nosotros para siempre, porque ésta es su casa"

El dios de la pobreza se puso muy contento ya que era la primera vez que alguien lo había tratado con tanto afecto.

En ese momento vino el dios de la fortuna y le dijo "¡Todavía estás aquí! ¡Fuera, rápido!

El dios de la pobreza contestó "¡No! ¡Esta casa es nuestra!" y se abalanzó sobre el dios de la fortuna, pero no podía competir con él porque era muy delgado, y el dios de la fortuna muy gordo.

Al ver la pelea el matrimonio le ayudaron, y echaron de la casa al dios de la fortuna.

Éste, sin embargo, no entendía nada de lo que aconteció. Se preguntó a sí mismo: " Yo soy el dios de la fortuna ¿No?"

Al final, el matrimonio nunca pudo llegar a ser rico, pero, vivieron felices para siempre.

El dios de la pobreza todavía vive en una habitación de la casa.

miércoles, 3 de junio de 2009

El zapatero, la lechuza y el halcón


Ben Said, trabajaba como  zapatero, era musulmán, devoto y practicante. Un día, antes del atardecer, entró a la mezquita con la intención de orar, como cada día. Después de hacer sus pregarias, se sentó sobre sus talones. Se preparaba a invocar a Allah, cuando vio a una lechuza que estaba parada sobre el muro y parecía ignorar al gentío. Ben Said la miró un largo rato despertándole curiosidad. 

Al día siguiente, a la misma hora, regresó a la mezquita, y la lechuza estaba allí, parada sobre el muro.

El tercer día la vio todavía en el mismo lugar: no se había movido.

Cada tarde Ben Said encontraba a la lechuza inmóvil, en el mismo sitio. Decidió acercarse y se dio cuenta que el animal era ciego. -¡Es ciego! - se dijo Ben Zaid- ¿Pero cómo encontrará su alimento? Entonces llegó un halcón y con las alas desplegadas abrigó al débil animal, llevaba en el pico una pequeña serpiente, se puso a desgarrar la carne y se la daba de alimento. Al ver aquella escena Ben Said empezó a pensar y razonar y se dijo “No hay fuerza ni poder que no emane de Dios", "el halcón con su ayuda le impide perecer miserablemente. Y decir que yo, pobre Ben Said, tengo que esforzarme para vivir y tengo que trabajar para juntar unas pocas monedas", ¿cuantos zapatos y más zapatos debo remendar todos los días?.¿Está mal levantarse tan temprano y trabajar con afán todo el día?, Más no vale la pena vivir con ansiedad permanentemente cuando sería suficiente tener confianza en la bondad de Dios que mantiene a aquella lechuza. Tal vez yo, Ben Said... ¿no tengo el mismo a los ojos de Allah? 

Asimismo, Ben Said decidió abandonar su oficio. Cerró su tienda y se fue a sentar delante del portal de la mezquita. Estaba contento y orgulloso de sí mismo: “Ahora sí que me asemejo a la lechuza”. Y esperaba a que los que pasaran y dejaran alguna limosna. 

Un día pasó un amigo y lo miró y al reconocerlo le preguntó: ¿Ben Said, qué haces aquí? El zapatero contó toda la historia de la lechuza y del halcón. ¿No había sido acaso aquello una enseñanza? ¿Un signo de la voluntad de Dios?. Sin embargo el amigo dijo: 

- Querido Ben Said me parece que tú no has entendido nada de lo que Dios te ha mostrado. No lo hizo para que tú corrieses a comportarte como la débil lechuza, sino para que tu imitases al halcón que ayudó a un infortunado y más necesitado que él. Esto solamente te quería enseñar Dios: tú debes ser un amigo caritativo, bondadoso para los hermanos indigentes y debes ser para ellos un socorredor lleno de cariño.